miércoles, 9 de diciembre de 2009

Los malditos (VIII)

Los dos jóvenes la siguieron hasta el ático. Había velas en el suelo enmoquetado, las paredes estaban cubiertas de madera, y sólo la luz de la luna llena que entraba por las ventanas les iluminaba.

—Túmbate en el suelo —le ordenó a Joaquín.

Él obedeció. Las velas se encendieron solas y formaron un círculo alrededor del chico.

—Extiende los brazos en forma de cruz y cierra los ojos.

Joaquín miró una vez a Erika y después hizo lo que le mandaban.

La mujer empezó a hablar en un lenguaje que desconocía, pero no sabría decir si era alguno que los humanos utilizaban. A medida que iba hablando —o más bien, haciendo el recital— él se sentía distinto, se notaba; se movía nervioso, aunque su conciencia ya no estuviera allí. La chica lo miraba un tanto preocupada. Sabía que no había nada de qué preocuparse, que ella había pasado por lo mismo… pero no podía evitarlo. Verlo en otra persona era muy diferente de sentirlo.

Una niebla densa empezó a entrar por debajo de la puerta y por las ventanas, inundándolo todo. Pronto la imagen del chico desapareció en su densidad, así como los pies de la Reina Maldita y de Erika. La Reina sonreía, complacida de que alguien más se hubiera unido a Los Malditos; y si era joven, ¿qué más se podía pedir? Estaba en plena forma y tendría una motivación sentimental para seguir adelante.

La niebla fue desapareciendo, saliendo del ático tal y como había entrado, y Joaquín volvió a aparecer ante sus ojos.

1 comentarios:

Sora dijo...

No puede ser que una parte tan buena del relato como es ésta no tenga ningún comentario!! Así que ya tienes uno, que te ha quedado muy bien!

Cuídate mucho,

Sora