domingo, 29 de noviembre de 2009

Los malditos (VI)

—Me voy contigo.

—¿Estás seguro de lo que eso significa?

—Que podré estar contigo sin que nos maten.

—Implica abandonar a tu familia, a tus amigos, tu casa, y perderás tu alma.

—Sé que tengo que sacrificar algo, pero lo haré por ti, por nosotros. Me enamoré de ti el primer día en que te vi, y ahora que sé que tú sientes lo mismo no estoy dispuesto a perderte.

—Perderás mucho.

—Ganaré mucho más.

Erika rompió a llorar otra vez y le abrazó.

—No quiero que te maldigan. Tendrás que vender tu alma. No serás como los otros chicos de tu edad; serás diferente.

—¿Qué problema hay, si puedo estar contigo? Y fue precisamente esa diferencia la que hizo que me gustaras.

Silencio.

—¿Tú quieres que vaya contigo?

—Sí, pero…

—Nada de peros. Quiero hacerlo, quiero estar contigo para siempre.

—Vivirás maldito. Será duro.

—Estoy decidido. Quiero que llames a alguien que pueda llevar a cabo lo que sea que se tenga que hacer.

—Ya estoy aquí.

En el centro de la habitación apareció una mujer alta, delgada y pelirroja con un vestido largo de color negro.

Sonrió.

martes, 24 de noviembre de 2009

Los malditos (V)

—¿Por qué? ¿Quién quiere matarnos?

—Los que son como yo quieren matarnos por esto que acaba de pasar, y por lo que sentimos. Está prohibido.

—¿Tenéis prohibido amar?

—Podemos amar, pero sólo entre nosotros.

—Y… ¿ya lo saben?

—No creo, pero si continuamos con esto sí se enterarán. Estoy vigilada. Por suerte esta noche mi guardián ha salido de… —se detuvo a media frase.

—¿Dónde ha salido?

Dudó unos segundos, pero finalmente lo dijo.

—De caza. Pero ya hablaremos de esto en otro momento. O no, pero tienes que marcharte enseguida. Si les das esto a Los Cazadores todo terminará y ellos no te buscarán.

—¿Qué parte de “no voy a dárselo” no entiendes? Quiero estar contigo, me pase lo que me pase.

Erika volvió a levantarse de la cama, se secó las lágrimas del rostro y empezó a ir de un lado al otro, pensando.

—Tiene de haber alguna manera de que no te maten ni unos ni otros.

Joaquín tragó saliva. Era verdad; si no le mataban Los Cazadores lo harían los otros, que no sabía ni qué eran. Pensó en sus padres, en cómo se sentirían si lo encontraran muerto. Y tenía una hermana menor. Si había alguna solución a su problema se le escapaba por los dedos.

—Hay una solución para que no te maten —dijo de repente Erika —; pero tendrás que dejar toda tu vida atrás.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que tendremos que marcharnos de aquí. Para siempre.

—¿Para siempre?

—Y no podrías decirle nada a nadie.

Silencio. Erika le acercó otra vez el collar envuelto con la ropa roja.

—Pero si les das esto todo habrá terminado.

Joaquín la miró, pero no se movió ni cogió el collar. ¿Sería capaz de dejarlo todo por ella? No tuvo que pensárselo demasiado.

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Como me estaba aburriendo de estudiar (sí, mañana tengo examen) he decidido haceros un regalito inesperado a los que leéis este relato ^^

Por cierto, encontraréis una encuesta en la columna de la izquierda ;)

¡Nos leemos!



¡EDITO!

Ya tengo la solución: publicaré relatos que he escrito originariamente en catalán, pero los traduciré al castellano. Pondré las 2 versiones.

¿Qué os parece?

sábado, 21 de noviembre de 2009

Los malditos (IV)

Rozó sus labios. Erika no se apartó, sino al contrario: se lo devolvió. El beso fue increíblemente dulce, las manos de la chica se perdieron por el pelo negro de Joaquín. Las suyas sujetaban el rostro de ella, quizás porque temiera que desapareciera de un momento a otro. Pero no opuso resistencia cuando ella se separó. Le miró a los ojos. ¿Estaba a punto de llorar?

—Esto no puede ser.

— ¿Por qué?

—No puedo.

Erika se levantó de la cama y se dirigió hacia un estante, abrió un joyero y sacó un colgante de color rojo.

—Aquí tienes tu prueba. Vete.

Joaquín también se levantó y se puso delante de ella.

—No, no se lo voy a dar.

—Tienes que hacerlo. Por el bien de todos.

—Te… harán daño.

—Que me lo hagan, así yo no podré hacer daño a nadie más.

Cogió un pedazo de ropa roja del mismo estante, envolvió el colgante y se lo tendió a él.

—No voy a dárselo.

—Sí lo harás.

Todavía se acercó más a ella. Los separaban apenas unos centímetros.

—No puedes obligarme.

—Si no tengo otra opción lo haré —estaba a punto de llorar.

El chico le acarició el rostro suavemente, y Erika no pudo reprimir sus lágrimas por más tiempo. Los dos volvieron a sentarse en la cama, Joaquín la consolaba acariciándole su precioso pelo color chocolate.

—Lo intenté, lo intenté. Pero ya no puedo aguantarlo más. Eres tan bueno, tan encantador… No puedo seguir alejándome de ti, no puedo…

—¿Y por qué tendrías que alejarte de mí?

Erika levantó la cabeza y le miró. Las lágrimas todavía salían a borbotones de sus ojos.

—Porque ahora los dos estamos en peligro de muerte.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Los malditos (III)

Joaquín pensó qué tenía que decirle. Sabía que si le decía alguna mentira lo sabría. Así que optó por la verdad.

—Que eres un demonio.

Erika sonrió. En aquel momento no le pareció diabólica ni nada que se le pareciese. Al contrario, parecía triste.

—Y ¿tú qué crees?

Lo miró con esos preciosos y cautivadores ojos oscuros, y no pudo hacer más que volver a ser sincero.

—Yo no lo creo.

—Parecías asustado cuando te he hablado.

—Porque tenía miedo. Pero ahora que te he visto…

—No parezco tan diabólica, ¿no? —sonrió con un soplido.

—No —admitió Joaquín —. Pero estás diferente.

—A partir de medianoche mi aspecto cambia un poco.

Silencio. Pero otra vez lo rompió Erika.

— ¿Y qué andabas buscando por aquí?

—Nada en especial… algo que… —Joaquín calló.

—Algo que me delatara.

El chico asintió.

— ¿Y qué pasaría si encontraras algo? ¿Se lo darías?

Tragó saliva. Lo estaba mirando fijamente a los ojos. No podía mentir. Pero la verdadera cuestión no era mentir o no… era saber lo que haría.

—Si no les das nada sospecharán de ti. Pensarán que quieres encubrirme.

—Pero si llevo algo te descubrirán —no había pensado antes de decirlo. Se sonrojó.

Erika se acercó a él y le acarició la mejilla izquierda.

—Sabía que no eras como ellos; eres una monada. Pero no me gusta que te arriesgues por mí.

—Me da igual lo que me hagan; estoy harto de ellos.

—No lo dudo. Pero no dejaré que te hagan daño por mí. Sé defenderme sola.

—No quería…

—Lo sé.

Tenía una sonrisa tan perfecta que Joaquín no podía dejar de mirarla. Esos labios color carmín, esos ojos oscuros. Lo había cautivado.

Estaba tan embobado en estos dos puntos del rostro de Erika que no se dio cuenta de lo que estaba haciendo hasta no tuvo ocasión de echarse atrás.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Deseo

Este relato es diferente al de Los malditos, pero tenía que publicarlo. Alba, de Letras y Escenas, me dio la idea con una entrada muy interesante que publicó en su blog.

Ya diréis qué os parece ;)



Carlos estaba solo en su habitación. Tenía la música a todo volumen. No le preocupaba molestar, porque sus padres se habían ido a pasar el fin de semana a la playa, y no tenía esos odiosos vecinos que cada dos por tres te molestaban con sus triquiñuelas, porque, de hecho, la casa más cercana a la suya estaba a doscientos metros, y a esa distancia no había nada por qué preocuparse.

A lo que iba, el chico, de cuerpo escultural, músculos trabajados no en exceso en el gimnasio, alto, guapo, pelo castaño, ojos oscuros y piel morena, estaba tumbado en su cama, sin hacer nada sino pensar. ¿Y en qué pensaba?, os preguntaréis. Pues en esos ojos grises que le volvían loco, en ese pelo rubio que quería peinar con sus dedos, en ese rostro suave que quería acariciar con sus manos, y en esos labios finos que deseaba con ansias besar. Suspiró; lo que daría por escuchar su voz en ese momento…

Sonó el teléfono de casa. Cogió el inalámbrico que tenía encima del escritorio.

-¿Diga?

-Hola Carlos, soy Ángel. ¿Te apetece ir a tomar algo?

El joven sonrió, y su corazón empezó a palpitar con fuerza. Era él, y quería quedar con él.

-Claro.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Los malditos (II)

Su voz era tranquila, pero se asustó igualmente. No gritó de milagro. Se volteó lentamente y se encontró cara a cara con ella. Intentando no quitarle el ojo de encima miró hacia la cama; estaba igual que antes. Parecía tan evidente que estaría durmiendo allí que no se había percatado de que no había nadie. Eran las cuatro de la madrugada y Erika acababa de volver a su casa.
—Te he hecho una pregunta.
—Lo… lo siento.
—Eres uno de Los Cazadores, lo sé.
Joaquín se quedó sin palabras. ¿Cómo sabía ella el nombre del grupo? Nadie lo sabía, sólo los que pertenecían a él.
El miedo debió de verse reflejado en sus ojos, porque Erika sonrió; no con superioridad, sino con calidez.
—Y supongo que tú eres el novato, ¿verdad?
Asintió, sin poder hablar. Ella también lo sabía todo.
—No te haré daño, tranquilo. Pero me gustaría que me escucharas. Siéntate.
Joaquín se sentó en la cama.
—Si no te importa, encenderé la luz. Me gustaría verte bien la cara.
La chica no se movió, así que supuso que esperaba una respuesta. Miró hacia la ventana; la persiana estaba arriba.
—No están aquí, tranquilo; están durmiendo pacíficamente en sus casas. El novato siempre hace el trabajo sucio mientras ellos descansan en la cama —hizo una pausa y ella también miró hacia la ventana—; pero si tienes que sentirte más seguro…
La persiana bajó sola, sin estrépitos y sin que nadie moviese un milímetro.
— ¿Puedo encenderla ya?
—Sí, sí.
Al fin pudo verla. Tenía un aspecto diferente al que presentaba en el instituto: tenía los ojos más oscuros, la piel más pálida, y los labios rojo carmín. Parecía mayor; y estaba más guapa. Se sonrojó.
—No te había visto nunca tan de cerca —dijo ella—. Lo que no entiendo es que un chico como tú vaya con ellos.
—Por obligación.
Erika hizo una mueca.
—Entiendo.
Hubo un silencio, pero pronto fue interrumpido por otra pregunta.
— ¿Qué te han dicho de mí?