—Me voy contigo.
—¿Estás seguro de lo que eso significa?
—Que podré estar contigo sin que nos maten.
—Implica abandonar a tu familia, a tus amigos, tu casa, y perderás tu alma.
—Sé que tengo que sacrificar algo, pero lo haré por ti, por nosotros. Me enamoré de ti el primer día en que te vi, y ahora que sé que tú sientes lo mismo no estoy dispuesto a perderte.
—Perderás mucho.
—Ganaré mucho más.
Erika rompió a llorar otra vez y le abrazó.
—No quiero que te maldigan. Tendrás que vender tu alma. No serás como los otros chicos de tu edad; serás diferente.
—¿Qué problema hay, si puedo estar contigo? Y fue precisamente esa diferencia la que hizo que me gustaras.
Silencio.
—¿Tú quieres que vaya contigo?
—Sí, pero…
—Nada de peros. Quiero hacerlo, quiero estar contigo para siempre.
—Vivirás maldito. Será duro.
—Estoy decidido. Quiero que llames a alguien que pueda llevar a cabo lo que sea que se tenga que hacer.
—Ya estoy aquí.
En el centro de la habitación apareció una mujer alta, delgada y pelirroja con un vestido largo de color negro.
Sonrió.